martes, 19 de enero de 2010

Cochambre


Hay un resto ancestral en mis manos que incendia el delicado mecanismo de los siglos, y las hace circundar inspeccionando la cocina, en busca de las costras que secuestran la limpieza. Sordas buscan una fibra y enjabonadas lijan la interminable mugre que se vuelve la comida.

Desnutro los otros hijos que alberga mi casa, y todo se lo doy a la basura. Líquidos y maravillas derramo que desnuda los heridos quemadores de la estufa. A veces tras los huecos de azulejo quedan migas y gruesas gotas de grasa que no puedo terminar, van poseyendo poco a poco las junturas y fosilizan espíritus de ácaros y microbios.

No es de admirarse que si mi cocina no está limpia no puedo continuar el día, y así sea imprescindible que me marche, una fuerza mítica en las muñecas flexiona mi voluntad y hace de mis manos zopilotes arrebatando desperdicio a las hormigas.

En ocasiones deseo romper el rito donde mis manos se vuelven mandato de antaño y continúan el trayecto que siguió mi madre, mi abuela y todas las mujeres tras de ellas, a la vida absurda de comenzar un extremo y unirlo al mismo punto, para acumular artritis de alimento, grietas de cansancio y calcinar el tacto a restregar y ensuciar para siempre. Me da rabia ceder a que mi esfuerzo termine rasguñando sin tregua los despojos que decoran mi cocina.

lunes, 11 de enero de 2010

veintiuno


Yo nací para dormir en cobija rosita, vendidas por mi abuela en los pueblos de la Riviera. Hija primera de un matrimonio fugazmente accidentado, con nariz de papá, piel de mamá, cordón de los dos. Hija primera de sangre caliente, de urgencia de reventar la espalda y comerse un kilo de guasanas, confundida con dolor de estómago. Adelantada, de veinte pesos el hospital y unos cuantos más para una tina y ropa. Fajada con mertiolate, de ombligo de ollito. Llegué en camioneta amarilla de Teresa Avalos Salazar, Ford, con leyendas negras a que conociera el mundo. Para llorar a pulmón abierto tres meses despertando a los vecinos: he llegado y no me voy tan fácil. Aliviada con brazos envueltos en rebozos, celebrada con chocolates. Nieta primera –oficialmente- para mi familia paterna, nieta quinta con mi madre, segunda mujer, autora de frases bajo la mesa, de trucos y guiños únicos. De nombre sonado, nacida para sonreír eternamente, para cuidar bebés desde el año y medio, creerse la muy grande, la muy sabia, la muy ella. Para amamantar a las muñecas, organizar los juegos y fundirse en el escape de las historias, en el “así no es, pero me gustaría que fuera”. Pequeña para hablar con los adultos, adulta para jugar con los pequeños, greñuda, sucia, libre. Beneficiada con vestidos de otras primas, enamorada natural, profesional en las caídas y las rodillas raspadas. Orgullosa sobreviviente de los piojos y los granos de niño pobre, pécora rayadora de biblias, con el baile en las entrañas.Nací con huesos firmes y piel sabia, con la boca en las manos y la voz en el pecho. Nací y feliz me detengo a contemplarlo.